Jamás había percibido una fertilidad semejante. ¡Qué vergel!. ¡Qué hortalizas!. Cabezas de ajos enormes, las cebollas, tomates y pimientos, eran, asimismo, de tamaño exagerado. También había gran variedad de exquisitas frutas, todo era como un fantástico paraíso, rodeado de acequias canalizadas en cemento y hierro. Por aquel lugar de privilegio, pasaba un río con poco caudal, pero con las aguas muy transparentes, en las que se veía con toda nitidez una gran variedad de peces, entre los que abundaba el lucio, el salmón y la trucha de buena medida. ¡Y yo, sin caña!. Sin duda ninguna, hubiese sido una delicia pescar en aquel lugar. A menos de cincuenta metros, de nuevo, un pequeño monte sin señales de acotamiento y con abundante caza alegró mi ya asombrada vista, poniéndome a tope el corazón. Y, entre conejos, liebres y perdices, sonó aquel “INOPORTUNO DESPERTADOR”.
miércoles, 13 de octubre de 2010
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